Era fácil considerar el yoga como una cura, un programa, una teleología. Si persistías, acabarías en algún lugar maravilloso. A menudo pensaba en lo que me aportaría el yoga: culo de yoguini, ligamentos de la corva relajados, equilibrio, serenidad mental, esa aura misteriosa del yoga. Y era cierto, una tenía más probabilidades de conseguir todo eso si iba a yoga que si, pongamos por caso, jugaba al tetris durante horas seguidas. (Que siempre era una opción.)
La idea consistían en que, mientras estabas en yoga, mejorabas, te relajabas, te fortalecías y luego exportabas dicha excelencia al resto de tu vida. En yoga aprendías a actuar correctamente y luego, cuando estabas en el coche, en el mercado o acostando a los niños, actuabas correctamente, o mejor.
¿Y si, como decía Seidel, nos limitábamos a disfrutar de cómo son nuestro cuerpo y nuestra mente cuando estamos en yoga, y dejábamos de cargar al yoga con tantas expectativas? ¿Y si el sentido del yoga no era prepararte para el futuro, sino disfrutar lo que pudiéramos del presente?
Tomado de La Rueda, mi vida en 23 posturas de yoga, de Claire Dederer
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